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Story Publication logo September 24, 2024

In Dominican Republic, a Small Laboratory for Testing Solutions for Sargassum (Spanish)

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Some startups see economic opportunity in the piles of sargassum landing on Caribbean beaches.

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Surrounded by sargassum, two auxiliary divers from the AlgeaNova company take turns setting new anchors for the anti-algae dams moved during Hurricane Beryl in Punta Cana, Dominican Republic, in July. Image by Lautaro Isern.

An English summary of this report is below. The original report, published in Spanish in El País, follows.


The paradisiacal beaches of the Caribbean have been affected for almost 15 years by this algae that affects tourism and marine ecosystems. A Caribbean country is looking for ways to confront this environmental crisis and turn it into an opportunity for sustainable development.

The Dominican Republic —where the tourism sector contributes 16% of the GDP and employs more than 330,000 people, according to official data— is not only the first Caribbean country to protect 30% of its marine areas, but is also one of the leaders in the region in the fight against this mass of brownish macroalgae.

Unlike other smaller Caribbean countries, such as the islands of Barbados or Saint Lucia, the Dominican Republic has Punta Cana as an open-air laboratory for operations to mitigate the impacts of sargassum, and research institutes to try to convert this invasive algae into an industrial input, developing possible applications for its use in the form of biostimulants (organic fertilizers), biorefinery, and bioplastics. It is already currently used, although on a small scale, as a component in the pharmaceutical and cosmetics industry, and in obtaining biogas and construction materials.


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República Dominicana, un pequeño laboratorio para experimentar soluciones frente al sargazo

Las paradisíacas playas del Caribe se ven afectadas desde hace casi 15 años por esta alga que afecta al turismo y a los ecosistemas marinos. El país caribeño busca formas de afrontar esta crisis ambiental y convertirla en una oportunidad para el desarrollo sostenible


Son las seis de la mañana de un domingo en la playa de Macao, en el noreste de República Dominicana. Una excavadora entierra el sargazo maloliente antes de que lleguen los primeros turistas que escaparon del calor urbano de Santo Domingo para disfrutar del mar Caribe. Mientras tanto, a 30 kilómetros de allí, en el lujoso complejo de resorts todo incluido dePunta Cana, una barcaza con dos redes, pagada por los empresarios hoteleros, recorre los parches de sargazos que se encuentran cercados por barreras antialgas, manteniendo así la clásica postal tropical de aguas cristalinas y playas blancas.

República Dominicana —donde el sector del turismo aporta el 16% del PIB y emplea a más de 330.000 personas, según datos oficiales― no solo es el primer país caribeño en proteger el 30% de sus áreas marinas, sino que además es uno de los líderes de la región en la lucha contra esta masa de macroalgas de color parduzco.

A diferencia de otros países caribeños más pequeños, como las islas de Barbados o Santa Lucía, los dominicanos cuentan con Punta Cana como un laboratorio a cielo abierto de las operaciones de mitigación de los impactos del sargazo, e institutos de investigación para tratar de convertir esta alga invasiva en un insumo industrial, desarrollando posibles aplicaciones para su uso en forma de bioestimulantes (fertilizantes orgánicos), biorrefinería y bioplásticos. Actualmente ya se utiliza, aunque a pequeña escala, como componente en la industria farmacéutica y de cosmética, y en la obtención de biogás, de materiales de construcción y en la fabricación de muebles y artesanías.


Dos garzas blancas sobre el sargazo acumulado en una playa de Punta Cana, República Dominicana, en julio. Imagen de Lautaro Isern.

Hace más de cinco siglos, Colón avistó el mar de los Sargazos, del cual se desprendían algunos parches que ocasionalmente llegaban a las playas dominicanas de Bávaro y Macao. Todo cambió desde 2010, cuando una oscilación en la corriente del Atlántico norte provocó un desprendimiento de esta alga, la cual fue arrastrada por las corrientes marítimas hasta el Atlántico ecuatorial, donde un combo de aguas más cálidas y nutrientes —provenientes de la cuenca del río Amazonas y del desierto del Sahara— facilitaron su proliferación hasta conformar lo que hoy se conoce como el Gran Cinturón de Sargazo del Atlántico (GASB, por sus siglas en inglés). En alta mar, el sargazo desempeña un papel positivo para la pesca, las tortugas y otras especies, pero cuando llega de forma masiva a las bahías del Caribe, se acumula y comienza a descomponerse, liberando metales pesados y gases tóxicos —como amoníaco y sulfuro de hidrógeno—, provocando una zona muerta donde casi no quedan peces ni corales, pues el agua se queda sin luz y oxígeno.

“Hoy, el sargazo tarda 70 días en llegar a las playas desde el Gran Cinturón al sudeste de La Española, con inundaciones que superan los 68 millones de toneladas al año”, explica Jimmy García, presidente de la Autoridad Nacional de Asuntos Marítimos (ANAMAR), el organismo del Gobierno dominicano encargado de todas las investigaciones relacionadas con el mar.

¿El nuevo oro del Caribe?

La información de sus servicios de vigilancia satelital se utiliza para alertar a hoteles, termoeléctricas y municipios sobre inundaciones de sargazo. Las algas pueden quedar atrapadas en las turbinas de las termoeléctricas, provocando un impacto en las plantas de carbón paradas de 700.000 dólares por día (unos 630.000 euros). Mientras, hoteleros y turistas ven cómo el alga que invade las costas caribeñas entre mayo y septiembre desde hace casi 15 años tiñe el mar de marrón, y el hedor amenaza al turismo. Según la Asociación de Hoteles y Turismo de la República Dominicana (Asonahores), cada establecimiento destina entre 30.000 y 70.000 dólares mensuales a la recogida del sargazo, sin contar el coste de comprar barreras para retener las algas. El coste anual de la limpieza por kilómetro de costa se calcula entre 800.000 y 1,5 millones de dólares.


Pamela Tejada, encargada del Laboratorio de Reactores y Biorreactores en el INTEC, en Santo Domingo, hacía una preparación de sargazo a partir de una molienda del alga, en julio. Imagen de Lautaro Isern. República Dominicana.

Mientras, algunas empresas tratan de convertir el sargazo en el nuevo oro del Caribe, que de ser recolectado antes de pudrirse, podría incluso servir para emitir bonos verdes por la cantidad de carbono que captura. Pero la preocupación fundamental de García es que todos los puntos de investigación y gestión del alga tienen un alto coste, los cuales ponen en jaque a las arcas públicas de cualquier Estado caribeño:desde su recolección y transporte hasta las plantas de tratamiento, a su disposición final y valorización comercial. “Afecta al turismo, al medio ambiente y genera problemas económicos”, explica García desde su oficina en Santo Domingo. Pero un país como República Dominicana no puede dedicar recursos a subsidiar productos resultantes del sargazo, reconoce. “La diplomacia dominicana ha hecho del sargazo un tema fundamental en todos los foros ambientales y existe un gabinete con sectores públicos y privados dedicado exclusivamente a su investigación. Actualmente, universidades en nuestro país están buscando soluciones a este problema, desarrollando aplicaciones que puedan utilizar el sargazo como materia prima”, dice.


Sargazo acumulado cerca de la costa de Punta Cana, en República Dominicana, en julio. Imagen de Lautaro Isern.

Cadena de suministro global

“En siete horas —en una franja de aproximadamente 10 kilómetros de largo por 500 metros de ancho—, una sola barcaza puede recolectar hasta 70 toneladas de sargazo por día”, explica Andrés Bisonó León, fundador y CEO de SOS Carbon, una empresa dominicana surgida en 2018, que cuenta con un módulo de recolección del alga en aguas abiertas capaz de adaptarse a la mayoría de las pequeñas embarcaciones pesqueras existentes en el Caribe. Partiendo desde Punta Cana, y con proyección hacia el resto de la región, el objetivo de SOS Carbon es evitar que más del 70% de estas algas lleguen a tierra, y utilizar más del 90% del sargazo cosechado y posicionar al Caribe como un centro BlueTech (el sector de tecnología avanzada de la industria marítima): su bioestimulante Marine Symbiotic ya ha sido probado en el campo y actualmente se aplica en más de 12 cultivos. SOS Carbon también es pionero en una cadena de suministro global de sargazo —seco o tratado—, y ha enviado muestras y cargas de contenedores de algas a más de 10 países, incluida Finlandia, donde se utiliza como insumo químico por la empresa Origin by Ocean para luego ser empleado en la industria textil.


Jimmy García, presidente de ANAMAR, mostraba en su oficina de Santo Domingo los pronósticos satelitales de las franjas de sargazo que se aproximaban a República Dominicana, en julio. Imagen de Lautaro Isern.

Maybelline Torres, auxiliar del Laboratorio de Reactores y Biorreactores en el INTEC, clasificaba una extracción de alginato a partir de sargazo, en julio. Imagen de Lautaro Isern.

En los laboratorios del Instituto Tecnológico de Santo Domingo (INTEC), científicos dominicanos experimentan posibles aplicaciones como bioestimulante para agricultura, carbón activado para el tratamiento de aguas ácidas en el cierre de minas, tecnologías de oxidación avanzada para la purificación de aguas y alginato para biopolímeros degradables para la fabricación de bioplásticos.

“A pesar de que el problema lo estamos sufriendo desde 2011, hasta ahora hay muy pocas aplicaciones de uso del sargazo a escala industrial, debido a un insuficiente apoyo financiero para la investigación y a una escasa integración científica a nivel regional”, dice Ulises Jáuregui, profesor y coordinador del grupo interdisciplinario de investigaciones del sargazo del INTEC, mientras supervisa la extracción de alginato a partir del alga, recolectada en las costas del país. Jáuregui considera que, a pesar de la incertidumbre respecto a las cantidades, fechas y lugares de llegada del sargazo, es posible generar una industria en torno a esta alga invasiva —dado su alto valor de como biomasa—, que puede a su vez ser el punto de partida para procesar otros residuos agrícolas y biomasas que existen en el Caribe. “Es una oportunidad para las empresas españolas y de otros países, tanto para la inversión con sus tecnologías como para la creación a futuro de negocios conjuntos con nuestra región”, sostiene el experto.


Un buzo de AlgeaNova caminaba entre un parche de sargazo detrás de una barrera antialgas cerca del arrecife de coral en Punta Cana, en julio. Imagen de Lautaro Isern.

Una red de la empresa dominicana SOS Carbon, durante una jornada de recolección de sargazo en Punta Cana, en julio. Imagen de Lautaro Isern.

“Juntos somos débiles, separados mucho más”, remarca Max Puig, vicepresidente ejecutivo del Consejo Nacional para el Cambio Climático y Mecanismo de Desarrollo Limpio de República Dominicana. Para Puig, el problema de esta alga es un caso de injusticia climática, razón por la cual su país fue el anfitrión, en junio de 2023, de la primera Conferencia Regional de Sargazo, a la que sucedió otro evento junto a la UE en la cumbre de cambio climático de la ONU de Dubái, en diciembre. La segunda conferencia regional sobre sargazo organizada entre la Unión Europea y la Organización de Estados del Caribe Oriental (OECO) tendrá lugar en la isla de Granada a principios de octubre.


Sargazo seco, que se puede utilizar como materia prima para distintas aplicaciones. Imagen de Lautaro Isern.

David Mogollón, jefe de Cooperación de la UE basado en Barbados, y responsable a nivel de programas regionales en el Caribe, adelanta que la idea de esta conferencia es reunir a las partes interesadas y así saber dónde se encuentran en cuanto a investigación y tecnología, cuáles son los esfuerzos de inversión que todavía se necesitan y juntar a los entes que pueden contribuir, a modo de hacer un match entre necesidades e inversiones. “Es necesario intervenir para ayudar a generar estructura en torno al sargazo, ya que todos quieren contribuir en la ayuda, pero esta se da de manera fragmentada: hay muchas iniciativas a nivel de investigación —tanto públicas como privadas— pero no hay suficiente coordinación entre los esfuerzos de unos y otros”, concluye Mogollón.

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