An English summary of this report is below. The original report, published in Spanish in Inforégion, follows.
The Amazon rainforest channels the largest river system on Earth and constitutes the planet's greatest source of freshwater, yet its inhabitants are dying due to the lack of access to potable water. It is a tragic paradox that extends throughout the Amazon basin and particularly affects Indigenous peoples.
According to a study by the University of São Paulo, as of the early 21st century, approximately 56% of households in the Brazilian rainforest lacked access to running water, with 32% of those having access to untreated water. In the Peruvian Amazon, over 60% of the 2,600 Indigenous communities surveyed in 2017 didn't even have access to a basic water source. For decades, this has been the reality in Yomibato, the most remote of the four Matsigenka communities residing in the Manu National Park, a gigantic forest designated as a UNESCO World Heritage Site.
To combat a devastating wave of infant deaths resulting from diarrheal diseases, the American Rainforest Flow project implemented an innovative water treatment system in Yomibato. This initiative led to a remarkable 90% reduction in gastrointestinal infections.
La comunidad de Yomibato es pionera en un sistema potabilizador que ha frenado las muertes de bebés por enfermedades gastrointestinales.
La selva amazónica canaliza el sistema fluvial más grande de la Tierra y constituye la mayor fuente de agua dulce del planeta, pero sus habitantes están muriendo por la falta de acceso a agua potable. Es una trágica paradoja que se extiende a lo largo y ancho de la cuenca amazónica y afecta especialmente a los pueblos indígenas.
Un estudio de la Universidad de São Paulo indica que a principio de este siglo aproximadamente el 56% de los hogares en la selva brasileña no tenían acceso a agua corriente, y de aquellos que sí disponían, el 32% no estaba tratada. Y en la Amazonía peruana, más del 60% de las más de 2.600 comunidades nativas censadas en 2017 ni siquiera tenían un grifo del que beber. Durante décadas, ese ha sido el caso de Yomibato, la más remota de las cuatro comunidades matsigenkas que habitan el Parque Nacional del Manu, un gigantesco bosque declarado patrimonio mundial de la UNESCO.
Con tal de frenar una terrible oleada de muertes de bebés por diarrea, el proyecto estadounidense Rainforest Flow instaló en Yomibato un innovador sistema de potabilización, que redujo en un 90% las infecciones gastrointestinales. Nancy Santullo, la fundadora de esta organización sin ánimo de lucro, trabaja con un sistema de filtros naturales que no impacta en el medio amiente y apenas requiere mantenimiento. “Capturamos el agua a través de unas cañerías filtrantes.
Luego utilizamos un prefiltro de piedras de un centímetro y dos filtros lentos de arena, donde una capa biológica crece y come hasta un 99.9% de las bacterias y virus”, relata la estadounidense por teléfono. Rainforest Flow instaló baños sépticos en las escuelas y una red de grifos domésticos que llegan hasta las casas más alejadas. Desgraciadamente, el rápido aumento de su población y el paulatino cambio climático han dejado el manantial de la comunidad totalmente seco.
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“La quebrada de la que bebemos no abastece para todos. Por eso tomamos del río Yomibato o de quebraditas. Cuando las han analizado, han visto que hay bichos”, explica José Luis Vicente, mientras corta una liana con el machete. Los matsigenka conocen perfectamente los peligros de los agentes patógenos asociados a ambientes sucios y prácticas higiénicas deficientes y relacionan las afecciones gastrointestinales a los “tsomiri”, un concepto parecido al del microbio.
También hablan de unos peligrosos gusanos acuáticos que se encuentran en ríos estancados o de movimiento lento. Afortunadamente para ellos, un descubrimiento fortuito desveló un manantial por la que corre agua incluso en los días más calurosos y al que llaman “ojo de agua”. El objetivo de Jose Luis Vicente y del resto de los matsigenkas de Yomibato es abrir un sendero por la selva para que los ingenieros de Rainforest Flow transporten con facilidad la planta potabilizadora hasta el nuevo manantial.
Los macheteros tardan varias horas en despejar el camino de maleza y nidos de avispa, pero merece la pena. El “ojo de agua” es una ruidosa cascada de cuatro metros de altura que desemboca en un arroyo cristalino y fresco. “Tenemos una relación con Yomibato de once años y llevamos once años buscando esta fuente. ¿Cuántas comisiones hemos mandado al bosque a buscarla? ¡Y este año por fin la encontramos!”, exclama Nancy Santullo por videollamada.
El experto hidráulico del proyecto, Caleb Matos, calcula que el caudal de este manantial aporta 60 litros por minuto. Una diferencia radical, teniendo en cuenta que hasta ahora solamente disponían de unos 8 litros por minuto. Además, la caída de agua ayudaría a canalizar el caudal hasta los barrios más profundos de la comunidad. “¡Es como avanzar 20 años de golpe!”.
La venganza de los espíritus
Bernabé Mambiro, uno de los matsigenkas encargados de mantener el sistema potabilizador, recuerda los graves problemas de salud a los que se enfrentaron antes de que instalaran las fuentes. “Muchos niños se morían por diarrea. Gracias a la señorita Nancy tenemos agua limpia. Eso nos ha ayudado mucho”.
Bernabé nació en las cabeceras del río Manu, situadas en los sectores más profundos del Manu, donde la caza abunda y los humanos escasean. Sus padres todavía viven allí, pero él ha estudiado en Cusco y tiene un móvil con acceso a internet. Se trata de un complejo choque cultural que ya comenzó con la llegada de los misioneros evangélicos del del Instituto Lingüístico de Verano a mediados del siglo pasado.
Durante la creación del Parque Nacional en 1973, las autoridades expulsaron a estos predicadores, que habían llevado atención médica, educación e iglesias a los asentamientos matsigenka. Esta intervención permitió que la cultura nativa retornara a su estado “natural”, pero también provocó una disminución inmediata del estado de salud entre sus pobladores.
Y, aunque el acceso mínimo a la atención médica occidental fue restablecido una década más tarde por los dominicos, el abandono gubernamental y la recurrente falta de medicamentos han tenido un fuerte impacto en estas comunidades, que se encuentra a medio camino entre el mundo sedentario moderno y la tradición ancestral.
El antropólogo americano Glenn Shepard, gran conocedor de los mitos y del idioma matsigenka, explica cómo las familias “no contactadas” que se refugian en las profundidades del Parque Nacional del Manu intercambian asentamientos con tal de asegurar la fertilidad del suelo y la disponibilidad de la caza. Shepard indica que también hay un componente cultural, pues los indígenas aislados creen en la “venganza” de los espíritus maliciosos de plantas y animales que han sido dañados u ofendidos por cazadores.
Otros pueblos nativos de la región conservan la creencia de que el suelo se irrita con su presencia. “Para los indígenas de Huacaria, por ejemplo, cuando una familia habita la misma parcela de tierra durante muchos años, el entorno se harta de la familia, tomándose una venganza e infligiendo enfermedades y desgracias”, rememora Shepard. Sea como fuera, siempre ha existido una “fuerza centrípeta” que minimiza la permanencia en aldeas y favorece las migraciones frecuentes entre diferentes asentamientos.
Shepard considera que esta vida seminómada podría haber reducido en parte la incidencia de muertes por consumo de agua en mal estado. “Una menor población y un menor contacto con el mundo exterior ayudan a reducir la contaminación de ciertos patógenos y aumentan la disponibilidad de peces y caza. Aunque la concentración de la población alrededor de las aldeas ha traído ciertas ventajas educativas, económicas y de salud, también ha aumentado la contaminación del suministro de agua y ha reducido los recursos naturales”, sostiene el antropólogo.
Inevitablemente, la disponibilidad de escuelas, postas de salud y servicios básicos ha funcionado como “efecto llamada” a lo largo de toda la cuenca amazónica y cada vez más poblaciones “no contactadas” abandonan su aislamiento por la vida comunitaria. El problema reside en que estos asentamientos sedentarios carecen del que quizá sea el elemento más básico y necesario para el ser humano: el agua potable.
La pequeña aldea de Sarigeminike, a la que algunos apodan Cacaotal por sus bosques de cacao, se encuentra a unas cinco horas en bote de Yomibato. Allí solamente viven unas pocas familias matsigenka y Jesús Avanti, uno de sus líderes, lamenta que el manantial del que se abastecían hasta ahora lleva dos meses completamente seco. Esto los obliga a recoger agua de la quebrada Fierro, un río situado a veinte minutos de sus casas. “Cargamos el agua con la olla y después la ponemos a hervir. Si no, nos hace enfermar”.
Cada vez que los nativos desean cocinar o hidratarse, recorren un sendero de selva tortuoso y lleno de obstáculos. Una caminata que realizan a diario una vez por la mañana y dos por a la tarde. “El agua limpia es lo que más necesitamos. Lo más urgente”, apremia Jesús a las autoridades, que no parecen escuchar su mensaje de auxilio. Mientras tanto, en Yomibato celebran que la recién instalada planta de tratamiento produce hasta 30.000 litros de agua pura al día.