Algunos pueblos serán borrados de la faz de la Tierra si el volcán Cotopaxi erupciona. Es una posibilidad real. Un grupo de personas busca evitar que, cuando pase, mueran cien mil personas.
En 2015, los habitantes del Valle de los Volcanes de Ecuador, un sitio luminoso, que se nubla con facilidad, en los Andes centrales del país, fueron despertados por una estruendosa explosión. Una alarma de radio les explicó qué pasaba y les dio una orden determinante: “están bajando lahares del Cotopaxi; tienen 20 minutos para evacuar”. El Cotopaxi es un volcán activo que roza los 5897 metros sobre el nivel del mar.
Edgar Yánez, Luis Guano Real e Iván Viera son tres líderes y empresarios que viven en la pequeña comunidad de Joseguango, uno de los pueblos del Valle de los Volcanes. Como la mayoría de sus 4000 habitantes, Yánez, Guano Real y Viera, se ganan la vida con brócoli, vacas y rosas. Pero esa madrugada del 2015, el volcán cuyo nombre significa, según algunas explicaciones, cuello de luz en kichwa, ponía sus vidas y formas de subsistencia en peligro de extinción.
El suelo del Valle de los Volcanes es fértil por el exceso de minerales que han dejado erupciones pasadas. Los ríos fluyen desde los glaciares del Cotopaxi y desde fuentes de agua subterránea que proporcionan agua abundante a la mayoría. La temperatura es cálida y, en comparación con los vientos fríos de las afueras del valle, el viento aquí es suave. El valle está lleno de luz debido a su cercanía al sol, a casi 3000 metros sobre el nivel del mar.
Los suelos fértiles, la disponibilidad de agua y la brillante luz del sol contribuyeron al desarrollo de importantes industrias agrícolas. También contribuyeron al desarrollo de una multitud de ciudades y pueblos. Esta historia se centra en cuatro pueblos, que geográficamente están muy cerca del volcán: Latacunga, Joseguango, Mulaló y El Valle de los Chillos.
La ciudad de Latacunga y los pueblos de Joseguango y Mulaló se encuentran muy cerca del Cotopaxi hacia el sur. Una parte de Quito llamada El Valle de los Chillos se encuentra al norte. Lugares maravillosos para establecerse y comenzar una vida. O al menos solían serlo. Cuando el Cotopaxi tronó en 2015, no expulsó material piroclástico, ni lava, ni rocas, sino infinitos lahares de pánico.
En la ciudad de Latacunga y en las comunidades de Joseguango y Mulaló, la gente huyó de sus hogares. “Lloraban y gritaban. Algunos corrieron a tierras más altas. Otros se quedaron en casa, para salvar sus pertenencias, para salvar a sus animales”, recuerda Yánez. Horas después, descubrirían que la erupción no fue más que un estruendo, que los lahares o corrientes de lodo no fueron expulsados, y que nunca corrieron peligro real alguno. Sin embargo, en medio del pánico de la madrugada, siete personas murieron.
Pero para Yánez, Guano Real y Viera, esa erupción fue una señal de alerta. Era una bandera roja sobre lo poco preparados que estaban en el valle cuando fuese real. Ellos saben que se avecina. Será grande. Están preocupados por el futuro de su pueblo.
Para prepararse, organizan simulacros, clases de primeros auxilios y talleres de sensibilización. Pintan y repintan señales de rutas de evacuación. Pero también reconocen que previo al 2015 habían realizado esfuerzos similares y ningún simulacro o taller de sensibilización marcó la diferencia cuando el volcán rugió. “Aunque la gente sabía cómo actuar, en el calor del momento nada importó”, admite Guano Real. “La gente quería salvar la mayor cantidad posible de sus pertenencias. Querían salvar a sus hijos y a sus animales”, recuerda.
Poco después del caos del 2015, Yánez, Guano Real y Viera vieron un cambio en la comunidad. Tras darse cuenta del peligro que vivían, “la gente no tenía tranquilidad para invertir y crecer”, afirma Viera. “Comenzaron a vender sus tierras y pertenencias a precios tan bajos que era casi como regalarlas”, continúa Yánez. “También dejaron de poder acceder a préstamos de los bancos porque sus terrenos estaban en una zona de riesgo y para el banco no valían nada”, dice Guano Real.
Pero la angustia y la desesperación llegan en oleadas. “Con el tiempo, incluso la gente que vivió este acontecimiento, lo olvidó”, dice Viera descorazonado, recordando lo que para él y para la gente de este valle fue el inicio del ciclo eruptivo del Cotopaxi.
Para Fernanda Naranjo, Ingeniera del Instituto Geofísico de la Escuela Politécnica Nacional (IGEPN), el ciclo eruptivo del Cotopaxi es mucho más complicado que eso.
Las paredes del IGEPN están cubiertas por pantallas que muestran tendencias y transmisiones en vivo de cada volcán en Ecuador. Se designó toda una zona para monitorear al Cotopaxi. “Siempre hay alguien mirando estas pantallas”, explica Naranjo. El Instituto tiene la tarea de monitorear la actividad sísmica y volcánica en Ecuador para comprender patrones que puedan ayudar a predecir y asesorar en amenazas futuras. “Pero nadie puede predecir completamente cuándo entrará en erupción un volcán”, aclara Naranjo.
El Cotopaxi comenzó a ser monitoreado en 1976. Es uno de los volcanes mejor monitoreados de toda América Latina, explica Naranjo. Estos datos pasados ayudan a los geólogos a desarrollar patrones que ayudan a mostrar cuándo la actividad volcánica es inusual y, por ende, motivo de preocupación.
El Cotopaxi comenzó a mostrarla a principios de la década de los 2000. 15 años después, se dio la gran explosión que despertó a Yánez, Guano Real, Viera y a todos los habitantes del valle. Fue una liberación de gases. Para 2024, la actividad ha bajado, pero no hasta los niveles previos a la década de los 2000. Sabemos esto en gran parte gracias al monitoreo del Cotopaxi, pero esa no es la única herramienta que se usa para estudiar volcanes.
Otro instrumento para comprender patrones geológicos es la historia indígena oral. El Cotopaxi, de hecho, es una presencia mitológica de las comunidades kichwas de la Sierra. Su leyenda cuenta que el volcán, enamorado de la princesa Quilotoa, luchó contra otro volcán, el Chimborazo, por su amor, pero su furia causó que Quilotoa se sumergiera en su laguna, dejándolo triste y solitario. El que era visto como un guardián protector de las comunidades andinas, cuyas erupciones simbolizan su lucha contra las fuerzas del mal, es para los actuales pobladores del Valle de los Volcanes, una fuente de peligro.
Por eso, recurrir a la tradición indígena local permite entenderlo —ya no a nivel mítico, sino geológico. “Existe un viejo dicho indígena: Cuando el Guagua Pichincha llora, se estremece la mama Tungurahua y se enoja el taita Cotopaxi”, dice Naranjo. El Guagua Pichincha es un pequeño volcán justo al lado del Pichincha, en Quito. Recibe su nombre por su pequeño tamaño: ‘guagua’ en kichwa significa bebé.
La última erupción del Guagua Pichincha fue en 1998. Poco después, comenzó el proceso eruptivo del volcán Tungurahua. Ahora, le toca al Cotopaxi. “Lo que ha pasado antes volverá a pasar”, explica Naranjo, recordando que ese es uno de los principios de la geología.
Los patrones geológicos hacen eco del dicho indígena: los ciclos eruptivos del Cotopaxi se han caracterizado por desembocar en una erupción grande. Esta erupción grande ha ocurrido en las cinco erupciones del Cotopaxi de las que tenemos datos. Pero aún no ha sucedido en el ciclo eruptivo actual, explica Naranjo.
Esta erupción grande traerá “tres o cuatro días de oscuridad”, dice Naranjo haciendo referencia a Las Crónicas de Sodiro, un libro escrito por el jesuita Luis Sodiro en 1877, tras la última erupción del Cotopaxi.
La oscuridad es provocada por una lluvia de ceniza que, explica Naranjo, provocará la muerte de las plantas, lo que a su vez provocará la muerte de animales, provocando hambre y estancamiento económico. No solo en la zona sino en todo el Ecuador. Por muy aterradores que suenen estos días de oscuridad, ni siquiera son la principal preocupación. La principal preocupación son los lahares, explica Oswaldo Padilla, ingeniero geográfico de la Universidad de las Fuerzas Armadas ESPE.
En treinta años de trabajo, Padilla y su equipo han desarrollado múltiples modelos informáticos hiperrealistas para mapear el flujo de lahares de los volcanes ecuatorianos.
Los lahares se forman durante la erupción cuando los gases calientes derriten los glaciares y crean ríos gigantes de lodo y rocas que destruyen todo a su paso. Se deslizan montaña abajo a gran velocidad, dejando un rastro de rocas tras de sí, dice Padilla. Cuando el Cotopaxi explote “y estamos cerca de ese posible evento”, los lahares llegarán a los pueblos ubicados a lo largo de los ríos que nacen del volcán. Entre ellos Latacunga, Joseguango, Mulaló y El Valle de los Chillos.
“Si tenemos una erupción de magnitud 4, tendremos tres flancos de lahares”, explica Padilla, mientras corre el modelo en su computadora. “Uno irá hacia el este del volcán”, hacia una zona prácticamente deshabitada. “Uno irá hacia el norte”, hacia El Valle de los Chillos. Y “uno irá al sur”, a Mulaló, Joseguango y Latacunga. “El sur es mucho más vulnerable”, dice Padilla. Hay cuatro ríos que nacen del Cotopaxi y corren en esa dirección. Además, el volumen de lahar que irá en esa dirección es tres veces el que llegará al norte.
Los modelos hacen eco de lo que los líderes de Joseguango, Yánez, Guano Real y Viera creen. “Mulaló es el pueblo de mayor riesgo, por estar tan cerca del volcán. Pero Joseguango no se queda atrás. En el caso de una erupción, el 40% de Joseguango quedará borrado”, dice Yánez.
Padilla explica que los modelos que él y su equipo crearon se codifican utilizando el peor escenario posible. Esperan que la erupción sea menor, pero modelan el peor escenario posible para estar preparados. Incluso aumentan la magnitud de la erupción en un 10% para tomar en cuenta la incertidumbre adicional.
También están trabajando para que los modelos sean accesibles en línea y estén disponibles para cualquier persona. “Incluso puedes acceder al modelo y decir: vivo aquí, ¿qué va a pasar allí? No es exacto. La naturaleza tiene mente propia. Pero al menos puedes ver si la zona donde vives podría inundarse”, explica Padilla. A pesar del trabajo realizado por Padilla y su equipo, el Valle de los Volcanes y sus pueblos no están ni cerca de estar preparados para una erupción.
Xavier Haro, ingeniero civil y residente de Latacunga, concuerda. “Desafortunadamente, Latacunga no cuenta con suficientes planes de acción, conciencia y simulacros para resistir una erupción del Cotopaxi”, dice, desanimado por la forma en que los políticos manejaron la explosión del 2015.
“Dejó claro cómo manejamos las crisis”, dice Haro, que trabaja como contratista e ingeniero civil, explica que su campo de trabajo es ahora mucho más difícil de navegar. “En 2015, el negocio de la construcción se vino abajo. El Cotopaxi realmente tuvo un efecto negativo en mi forma de ganarme la vida”, afirma. También apunta que su casa está junto al río Cutuchi, por lo que está a alto riesgo de lahares.
Aunque la erupción, y en consecuencia los lahares, son inevitables, la destrucción de viviendas como la de Haro en Latacunga, Joseguango, Mulaló y El Valle de los Chillos, no tiene por qué serlo. Existe una solución para impedir que el flujo de lahares llegue a pueblos y hogares: la construcción de obras de mitigación.
Cuando le pregunté a Haro al respecto, me dijo que por su alto costo, no cree que se construya la infraestructura. Pero si se construye, le gustaría ser parte del equipo. Theofilos Toulkeridis, geólogo, geoquímico, paleontólogo y experto en gestión de riesgos de la Universidad de las Fuerzas Armadas ESPE, explica que sin las obras de mitigación, las pérdidas serán indescriptibles y superarán altamente el costo de construirlas. “Puentes, hospitales, viviendas. Estas son algunas de las infraestructuras que se perderán. También las centrales hidroeléctricas.La prisión también”, explica Toulkeridis.
La cárcel de Cotopaxi, en las afueras de Latacunga, es una de las más grandes de Ecuador y actualmente alberga a más de 4000 personas en una zona de riesgo. Si el Cotopaxi erupciona y no hay estructura de mitigación habrá que movilizar a todas esas personas.
“Hay mucho más, pero estos son puntos de referencia evidentes solo hacia el sur”, dice Toulkeridis, mientras reproduce un video generado usando las anécdotas del libro Las Crónicas de Sodiro para mostrar lo que sucederá cuando explote el Cotopaxi. Las imágenes muestran inundaciones, gritos de auxilio, destrucción de viviendas, heridos y pánico.
El tema del Cotopaxi le pega cerca a Toulkeridis: vive en el Valle de los Chillos. Ha estado estudiando al volcán Cotopaxi desde que se mudó a Ecuador desde Grecia, en 1998. Desde entonces ha estado involucrado, publicado y dirigido una multitud de estudios sobre el icónico volcán. “Tenemos tanta ciencia que podemos responder preguntas en las que aún no has pensado”, bromea.
Le pregunto si las obras de mitigación sería una mejor solución que el reasentamiento. “El reasentamiento sería demasiado costoso”, responde inmediatamente. “Podemos implementar alarmas, planes de evacuación y monitoreo, y esperar que funcionen”, dice. “Pero, al final, la única opción que permite a las personas mantenerse seguras y conservar sus hogares es construir las obras de mitigación”, sostiene. Aunque no sea barato, será mucho más barato que el reasentamiento o la destrucción.
Construir las obras de mitigación costaría 130 millones de dólares en el norte del volcán y 400 millones en el sur, dice Toulkeridis. “Y para comprender cómo funciona esta infraestructura, primero es necesario comprender la morfología de un lahar”, dice. Tiene una metáfora casi infantil para explicar la potencia devastadora: pide pensar en un lahar como un gusano, con una cabeza más grande hecha de rocas gigantes, del tamaño de casas, y un cuerpo hecho de barro. “Lo que más preocupa es la cabeza, las rocas, y eso es lo que necesitamos detener”, dice.
La solución es simple: construir hoyos o zanjas que atrapen las rocas antes de que lleguen a las ciudades. “La construcción de esta infraestructura no solo protegerá nuestras ciudades, sino que también creará empleos para la comunidad y el material que se extraiga podrá ser vendido y utilizado para construcción”, explica, encontrando una circularidad económica en la prevención de una tragedia de una sola vía.
Aunque es posible que estos agujeros no puedan atrapar todas las rocas, se pueden agregar formas de infraestructura de mitigación adicionales que rompan las rocas, reduciendo su tamaño y el daño que causen. “Esto se llama Pasos de Gigante y se ha hecho en Japón”, explica Toulkeridis. También se puede intentar desviar el rumbo o implementar coladores gigantes que separen las rocas gigantes del barro.
“Hay opciones y tenemos tiempo”, dice. Son soluciones existentes que ya se han aplicado en otros lugares. “Pero si no hacemos nada, tendremos que afrontar unas cien mil muertes”, afirma Toulkeridis. Salvar una vida debería ser suficiente para construir esta infraestructura, pero salvar a tantas más, debería convertir a estas obras en una prioridad total de las autoridades locales y nacionales.
“Yo estaba viviendo en Latacunga en 2015 cuando ocurrió la emergencia por el Cotopaxi”, dice Freddy Játiva, ex coronel del Ejército e ingeniero civil que dirigió El Cuerpo de Ingenieros del Ejército y que también fue director de la ESPE en su sede de Latacunga.
“Cuando vives en Latacunga, los problemas con el Cotopaxi se vuelven algo cotidiano. Amigos y familiares compartieron sus preocupaciones”, me dice, sentado en la sala de su casa. “Un amigo compartió sobre la infraestructura de mitigación propuesta por Toulkeridis, y pensé que era muy interesante, muy factible. Cuando tienes un flujo de agua y la pendiente es muy pronunciada puedes agregar disipadores para interrumpir y desacelerar el flujo. Es el mismo principio”, explica Játiva.
“Teóricamente es muy factible. Y logísticamente también es muy factible”, en parte debido a la naturaleza minera de Mulaló, dice Játiva.
Mulaló es una ciudad minera. La gente cava agujeros gigantes en las afueras de Mulaló para extraer material de construcción. “Algunos de estos agujeros ya están en el camino del lahar y con refuerzos adicionales, reducirán sustancialmente los daños. Parte del trabajo ya está hecho”, dice Játiva.
Recuerda que, cuando estuvo asignado en la Amazonía ecuatoriana, él y su equipo confiscaron 148 retroexcavadoras de minería ilegal. “No se están utilizando actualmente y podrían destinarse a la construcción de obras de mitigación”, afirma. Las consideraciones que destaca Játiva reducirían sustancialmente el costo que calculó Toulkeridis.
Le pregunto qué pasó. “Tuvimos conversaciones con autoridades políticas, discutimos que esto sucediera y ellos escucharon. Y luego, cuando el micrófono estaba apagado, se decían entre ellos que esto no sucedería. No había apoyo político. Actualmente, el plan es que si hay una erupción, la gente en el valle simplemente tendrá que evacuar durante la Alerta Naranja”, dice.
La Alerta Naranja significa que la actividad inusual es alta. Naranja es la alerta justo antes de la Roja, lo que significa que el volcán está activamente erupcionando. “La idea es que si la gente evacua durante la Alerta Naranja, no se perderán vidas. Pero eso es como no arreglar los frenos de tu auto y simplemente esperar no tener un accidente”, dice Játiva. Hay, simplemente, demasiado en riesgo.
Tania Vásquez fue la gobernadora de la provincia de Cotopaxi en 2023, y una de las autoridades políticas que escucharon a los ciudadanos de Latacunga cuando pidieron infraestructura de mitigación.
“Tuve la oportunidad de recorrer el volcán con ciudadanos preocupados por su seguridad y con expertos en gestión de riesgos. Pude hacerlo gracias a la voluntad y la preocupación de la gente de la provincia de Cotopaxi. Después, su voluntad y preocupación resultó en una reunión con una organización japonesa que invertiría en las obras de mitigación”, explica Vásquez. “Pero luego descubrimos que esto no era una prioridad para el gobierno nacional”, sostiene.
Estaban más preocupados por la lucha contra el crimen. En los últimos años, Ecuador pasó de ser uno de los países más pacíficos de América Latina, a uno de los más peligrosos: en 2017, la tasa de homicidios era de 5.8 por cada 100,000 habitantes, apenas seis años más tarde esta cifra se cuadruplicó. “Para que las obras de mitigación sucedan, necesitaríamos una política y un presupuesto del gobierno nacional, que necesitaría priorizar esto”, dice. Esa voluntad política no ha existido.
La prefecta de Cotopaxi para el período 2023-2027, Lourdes Tibán, no ha estado involucrada en el desarrollo de las obras de mitigación. Lo hará, dice, “cuando haya dinero para hacerlas realidad”.
La prefecta es la máxima autoridad provincial electa por los votantes, mientras que la gobernadora es la máxima representante del Presidente de la República en una provincia. Ninguna de las dos parece tener el músculo financiero para construir las obras que prevendrían la muerte de miles de personas.
Tibán, conocida activista indígena, política y abogada, ha estado ocupada abordando otros temas que surgirán cuando explote el Cotopaxi. “Hemos estado trabajando para encontrar fuentes de agua para la provincia que no tengan nada que ver con el Cotopaxi”, dice. “Sabemos que cuando Cotopaxi explote la gente cuya agua potable depende del Cotopaxi se quedará sin agua. También hemos estado mejorando carreteras y caminos para facilitar la evacuación. Además, también estamos construyendo refugios”, explica.
A pesar de todo esto, Tibán no cree que estamos preparados para afrontar una erupción del Cotopaxi. Ella cree que el gobierno nacional es la entidad a cargo de financiar y desarrollar las obras de mitigación y debe cumplir con ello.
Está convencida, además, de que para que esto suceda, los ciudadanos de Latacunga, Cotopaxi, Mulaló, El Valle de los Chillos y todos los demás que serían afectados por el desastre deben exigir que esto suceda. “¡La gente necesita organizarse! La gente debe alzar la voz no sólo cuando el desastre llama a nuestra puerta, sino antes, mientras todavía tenemos tiempo”, exige Tibán. Ser reactivos es quizá uno de los grandes males de nuestro país.
Luis Chasi Chacón es miembro fundador de un grupo de acción colectiva llamado CALU, que significa Cotopaxi Activo, Latacunga Unida, que existe desde el 2022. “Ese año nos dimos cuenta de que había muchas discrepancias entre la información proporcionada por el IGEPN y por la Secretaría de Gestión de Riesgos”, dice. El objetivo principal de CALU es abogar por el desarrollo de las obras de mitigación.
Chasi formó parte del grupo de ciudadanos que sostuvo conversaciones con Vásquez, la ex gobernadora de la provincia de Cotopaxi. Explica que cuando se daban estas conversaciones pensaba que estaban cerca de lograr algo. “Ahora he perdido la esperanza”, admite. “Se olvidaron de nosotros. Se olvidaron del volcán Cotopaxi. Se olvidaron que cada vez que el Cotopaxi inicia un proceso eruptivo, termina con una erupción altamente destructiva”. Aún cree que con suficiente presión por parte de la comunidad algo podría suceder.
Pero también se siente desesperado. Solía vivir en la zona de riesgo. Ya no. Construyó una nueva casa, en un lugar más seguro. Reconoce que la mayoría de la gente no tiene ese privilegio.
Hasta abril de 2024, los niveles de actividad del Cotopaxi se mantienen estables, pero no han disminuido a lo que eran antes de 2015. La gran erupción aún no ha ocurrido, pero los expertos aseguran que ocurrirá. Las obras de mitigación no se han construido y quienes viven en zonas de riesgo siguen “durmiendo tranquilamente rodeadas de volcanes rugientes”, como dijo Alexander von Humbolt tras su viaje a Ecuador.
Mientras veo el volcán, macizo y poderoso, pienso en lo vigente que sigue la estupefacción de Humboldt: ¿cómo pueden los miles de habitantes del Valle de los Volcanes “dormir tranquilamente”? Pero sobre todo, me pregunto cómo pueden dormir los que están en el poder, sabiendo que existe una amenaza colosal y una solución factible para salvar más de cien mil vidas.